El guerrero del bronce by George Shipway
autor:George Shipway [Shipway, George]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1976-12-31T16:00:00+00:00
* * *
Aquella noche se celebró un opulento banquete en Corinto. Equemo, el invitado de honor, se sentó a la diestra del rey. No he conocido nunca a un héroe modesto y el tegeo no era ninguna excepción. Relató el duelo corte por corte. Con cada copa de vino su adversario se volvía más grande y fuerte, más formidables las proezas propias.
—Jamás pensé que Hilo podría picar con ese truco tan desgastado —hipó—. Fingir cansancio y bajar la guardia. Es más viejo que las montañas. Yo en su lugar hubiera retrocedido en vez de embestir como un toro borracho. Por lo demás peleó condenadamente bien. Dudo que lo pudiera haber derrotado ningún otro.
El aedo afincado en Corinto se apresuró a componer un puñado de versos laudatorios para recitarlos en el salón. Alambicados y prolijos en exceso, aunque la melodía tenía ritmo. Reconocí en ella la mano de Orfeo. Desde entonces he escuchado ese poema cantado a menudo, en torno a fogatas de campamento y en palacios. Las exageraciones aumentan con cada versión, elevando la gesta de Equemo a la categoría de milagro.
Me pregunto si, en tiempos venideros, los poetas recitarán tan flagrantes mentiras sobre mí.
A la mañana siguiente Atreo llevó a un tambaleante y ojeroso Buno al cuello del istmo, donde éste emboca con la llanura de Corinto. Demarcó una línea de ocho mil pasos de largo y le ordenó al guardián que construyera sobre ella una muralla de orilla a orilla. El muro debía medir seis metros de alto, con una torre cada cien pasos y fuertes en el centro y a ambos extremos.
—Que todos tus esclavos pongan manos a la obra —dijo Atreo—. Te enviaré más desde Micenas. La muralla deberá estar terminada en el plazo de dos años, o habrá un nuevo guardián en Corinto.
Buno parpadeó y se masajeó las sienes doloridas.
—Le dijisteis a Adrasto, mi señor —intervine—, que aceptabais la promesa de Yolao. En tal caso, ¿por qué levantar unas defensas tan contundentes? Nadie espera que los heráclidas amenacen a Micenas.
—Sus términos tienen un límite: cincuenta años. Construyo pensando en la posteridad, Agamenón, para el día en que regresen los heráclidas.
Ahí se yerguen hoy las enormes piedras grises, una barrera perforada por una sola puerta, torres de vigilancia guarnecidas día y noche, fuertes llenos de lanceros. Un desperdicio de soldados y víveres, sin nadie que sueñe siquiera con asaltar el muro. A menudo me pregunto si tanto gasto vale la pena. Los heráclidas se han asentado en Doris, cuyos nativos ahora habitan principalmente en Arcadia y no nos dan problemas.
Con Tebas y Troya destruidas y los heráclidas contenidos tal vez debería evacuar la Muralla del Istmo.
Tal vez.
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